jueves, 27 de enero de 2011

Christa McAuliffe, Heroína de América

El 28 de enero de 1986, hace hoy 25 años, a las 11:38:00 EST, 73 segundos después de despegar en la misión STS-51-L de la NASA y a una altura de 14,6 kilómetros, el transbordador espacial CHALLENGER se desintegraba en medio del aire y morían sus siete tripulantes, dando lugar a una de las imágenes más representativas del siglo pasado.

Emotivas publicaciones, documentales y series de televisión emitidas a lo largo del último cuarto de siglo, han dado cuenta del sentimiento de la gente en todo el mundo, a raíz de la tragedia, donde la profesora SHARON CHRISTA MCAULIFFE se convirtió en la primera ciudadana, no astronauta, que viajó al espacio. En parte, por su presencia en el Challenger, el fatal accidente del transbordador tuvo tanto impacto internacional. A pesar que Christa nunca llegó comunicarse desde el espacio, su vida inspiró a una nueva generación de niños, invitándolos a soñar en ser parte del futuro programa del espacio.

Hoy en día, muchas escuelas, en Estados Unidos y en muchos países del mundo, llevan su nombre honrando la memoria de esta heroica maestra y exploradora.



La última lección de Christa McAuliffe

Nunca olvidaré aquella espeluznante bola de fuego en la que se convirtió el 'Challenger' el 28 de enero de 1986, pocos segundos después de su lanzamiento.

En ese momento yo tenía 13 años, y llevaba viviendo en Estados Unidos desde 1980, cuando mi familia se mudó de Madrid a Los Angeles porque mi padre -el antropólogo José Antonio Jáuregui- inició su etapa como profesor en la Universidad del Sur de California. Aquella misión de los SHUTTLE había generado una impresionante expectación a lo largo y ancho del país, pero sobre todo en las escuelas, ya que por primera vez iba a volar al espacio una ciudadana de a pie, y la elegida era una maestra soñadora de New Hampshire llamada Christa McAuliffe.

Desde hacía semanas, en todas las aulas estadounidenses, los alumnos habíamos sido bombardeados por nuestros profesores con lecciones y discursos sobre esta «heroína ejemplar de América». McAuliffe había sido seleccionada entre unos 12.000 candidatos para convertirse en la primera astronauta amateur del programa Teachers in Space (Maestros en el Espacio), un proyecto inventado por la Administración de Ronald Reagan para revitalizar el decadente programa espacial estadounidense. El objetivo era recuperar como fuera el heroísmo grandioso de los tiempos del programa Apollo, y acercar la exploración espacial a toda la sociedad, mediante la participación de 'ordinary people', americanos corrientes como la profe Christa McAuliffe, en la conquista del cosmos.

¿Quién se acordaba ya de los tiempos gloriosos del «gran paso para la Humanidad» que dio Neil Armstrong sobre la Luna, y de aquellos discursos apoteósicos del presidente Kennedy, cuando dijo que los americanos se habían embarcado en esa aventura «no porque es fácil, sino precisamente porque es difícil»? El espacio había perdido buena parte de su dimensión épica, pero la carismática figura de Christa McAuliffe, que quería ver la Tierra desde el espacio «para poder contárselo a todos los alumnos de América», había inyectado una nueva dosis de heroísmo a las misiones de la NASA.

Teniendo en cuenta este intenso sentimiento de adoración colectiva que se había generado en todos los colegios del país hacia la valiente maestra y sus seis compañeros del 'Challenger', el impacto que tuvo la explosión del transbordador, retransmitida en directo por todas las televisiones, fue demoledor. Tras poco más de un minuto durante el que todos aplaudíamos y gritábamos de júbilo porque Christa había iniciado con éxito su odisea en el espacio, llegó el tremebundo estallido de llamas, humo, aullidos de pánico...y luego silencio, un silencio sepulcral en la plataforma de Cabo Cañaveral, donde estaban el marido y los dos niños -de seis y nueve años- de la maestra astronauta, que habían ido allí para verla viajar a las estrellas en primera fila.

El mismo silencio que se apoderó de mi aula californiana, y seguro que de todas las aulas de América, al ver la nave de nuestra heroína reventar en el cielo de Florida. En aquel momento, todos enmudecimos, con intensos nudos en la garganta y lágrimas en los ojos, ante la brutal obviedad de una muerte inmediata que nos parecía insoportablemente injusta y cruel.

Recuerdo también la estupefacción, e incluso la indignación, con la que nos miramos todos cuando ese dramático silencio fue interrumpido por las lacónicas palabras pronunciadas con total frialdad por un controlador de la NASA poco después de la explosión: «Houston, obviously we have a major malfunction», algo así como «Houston, obviamente tenemos un problema muy grande».

Pues sí, Houston evidentemente tenía un problema muy grande, tan grande como que su plan para resucitar los días gloriosos de la NASA había volado por los aires en cuestión de 73 segundos, convirtiendo en mártires involuntarios a seis profesionales del espacio y la primera civil que quiso conquistar el cosmos en nombre del pueblo llano.

Durante toda aquella triste jornada, en mi colegio -y supongo que en la mayoría de las escuelas estadounidenses- se suspendieron todas las clases y actividades ordinarias. Al igual que cinco años antes, cuando un desequilibrado intentó asesinar a Ronald Reagan, los alumnos nos pasamos todo el día viendo una y otra vez las terroríficas imágenes del accidente, escuchando las explicaciones de los técnicos de la NASA, escribiendo redacciones sobre cómo nos había impactado lo ocurrido, y emocionándonos de nuevo cuando el presidente se dirigió a «todos los niños de América» para decirnos que aunque «no es fácil entenderlo, a veces pasan cosas tan dolorosas como ésta». Este es, nos dijo, el precio que tiene que pagar el ser humano «para ampliar sus horizontes», el peaje inevitable de «la exploración y el descubrimiento». 

Esa fue la última, noble lección que nos dio a todos aquella mañana la profesora Christa McAuliffe.■



Texto del artículo «La última lección de Christa McAuliffe» escrito por ©PABLO JÁUREGUI, publicado en elmundo.es, el 27-01-2006. 
Edición de texto: Francisco Córdova Sánchez

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